sábado, 13 de octubre de 2007

Lectura 9.


Sporte scol

Daniela Bojórquez


Habría de pararse en esa tienda de donas a desayunar. Se haría más tarde para el trabajo, aunque estaría mejor que aquí, estancado en sí mismo en un pesero que avanzaría de no ser por el tráfico de la hora pico. En la cafetería de enfrente, donde venden donas de todos los colores, Jo almorzaría tranquilizándose con un café en vez de lamentarse como ahora porque otra vez es tarde para el trabajo. El jefe, si Jo llegara media hora o cuarenta y cinco minutos tarde como máximo, le soltará la retahíla constante en las últimas semanas: un empleado confiable, que ya lleva aquí un buen tiempo trabajando, no debería de llegar a estas horas a cumplir con sus obligaciones, destacaría en la empresa de no ser por sus repentinas impuntualidades.
Ya es tarde: nueve y quince. Él entra a las nueve y entraría a las diez si ya fuera subgerente; sería subgerente si redujera las ocasiones en que llega tarde; en realidad subiría de posición sin mayores problemas; se superaría —como dice el jefe—; como dicen todos. Superarse personalmente. Si no pensara en desayunar mientras se dirige al trabajo, si se ocupara en llegar a tiempo, escalaría de posición. Ganaría mejor.



Aunque no fuera en la tienda de donas, gustoso se detendría a comer algo en ese restaurante chino: nueve veinte y con qué gusto mordería ese panqué. Café con leche no caería nada mal. Es tarde. Comería lo que fuera, pero es tarde y el tráfico no ayudaría a llegar a tiempo, aunque tomara un taxi; podría meterse al metro. Se siente presionado: ésta es una mañana en la que su mamá le diría Apúrate Jo, que pierdes el camión.



También se le había hecho tarde el día en que mochila a la espalda, lonchera en mano, con hambre y muy pocas ganas de llegar a clase de matemáticas, corrió hacia el autobús, y al subir todos los niños le gritaron ¡Sé! , ¡Sé! , ¡Sé! Creían que a Jo le faltaba medio nombre, fue el día en que no pudo más y se sentó en el último lugar que quedaba, en la parte trasera del camioncito escolar, y tuvo que soportar a diecisiete niños gritándole ¡Sé! , ¡Sé! , ¡Sé! y riéndose mientras él se ponía rojo y con las manos sudadas apretaba el asa de la lonchera con todas sus fuerzas, y cuando al fin llegó a su lugar musitó algo así como pinchs pendjs, palabras que había aprendido del conductor días atrás, y fue el día en que un niño lo acusó con el chofer, y el chofer lo acusó con la directora por ser un niño mal hablado, sin mencionar la burla de los compañeros porque eso hubiera implicado aceptar su falta de control sobre los alumnos. Fue el mismo día en que la maestra mandó llamar a la mamá, la que ofreció disculpas por tener un hijo tan grosero, en una conversación en la que no hablaron del coro burlón en la mañana ni del diario sufrimiento de Jo con su medio nombre y sus medias ganas, conversación en que la madre prometió mantener calmado al niño.



Así fue como Jo llegó a la conclusión de que no hacer y no decir causa menos problemas, y se la pasaba sentado hasta atrás en el salón y en el transporte escolar, donde leía una y otra vez la frase Un hombre es lo que le pasó a un niño, que estaba pegada tras el chofer del camioncito amarillo que trajo y llevó a Jo durante nueve largos años, camioncito al que en su letrero frontal le faltaban algunas letras y podía leerse sporte scol, detallitos, de todos modos cualquiera notaba que ése era un camión escolar.



Ojalá este día fuera como esos días de escuela, porque tendría su lonchera en la mano y podría comer algo. Nueve veintiocho. ¿Desayunar o ir al trabajo? Jo debate en su cerebro las dos opciones mientras mira la fila interminable de automóviles y camiones en la avenida; sus manos sudan el tubo donde se sostiene, mientras por la radio anuncian una marcha en la zona donde trabaja y el pesero está detenido, ahora frente a un local donde venden churros.
Jo no llegará al trabajo, le descontarán el día y tendrá menos dinero para sus hijos, para que vayan a la escuela y después puedan trabajar y ganar dinero para mandar a los hijos a la escuela, hijos que a su vez estudiarán para conseguir un buen trabajo. Que le descuenten un día son detallitos, son como letras que faltan, da lo mismo, de todos modos se entiende, como daba lo mismo que en el camión se leyera sporte scol, como da lo mismo llamarse Jo, tener medio nombre o medias ganas y ser otro de los miles que hoy decidieron faltar al trabajo y están bien, al fin y al cabo.