sábado, 15 de septiembre de 2007

Lectura 5.



El gato negro*
Edgar Allan Poe



No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!


* Traducción de Julio Cortázar.

32 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta lectura es muy buena, es de terror y suspenso, textos característicos de Edgar Allan Poe.
Desde mi punto de vista, hace referencia a los diversos sentimientos que puede desarrollar el hombre al interaccionar con otros seres vivos. En este caso, el protagonista comienza su vida con muy buenos sentimientos hacia los animales domésticos, pero, con el paso del tiempo, su adicción al alcohol lo hace cambiar de ideología y empieza a odiar a todos los animales que antes amaba. En la vida, existen sentimientos desde mi punto de vista todos estos presentan un antivalor, es decir, un sentimiento contrario, por ejemplo, amar y odiar, solidaridad y egoísmo, honestidad y corrupción, entre otros. Pienso que todos los valores que como personas tenemos nos ayudan a vivir en armonía con el medio y los seres con que convivimos, pero, si cambiamos todos estos valores por antivalores causamos nuestra destrucción a nivel social e individual. En esta lectura titulada “El Gato Negro” se hace referencia a la “justicia divina”, todas las injusticias que cometamos en vida, en vida las pagaremos, porque ni la venda más gruesa y opaca es capaz de tapar los ojos de la justicia.
La justicia es y será el alimento que cese el hambre de todas las personas.

Lievano H dijo...

Hola mi nombre es Limber y esta lectura para mi gusto deja mucho que dar, ya que es de suspenso y terror a la vez, el protagonista comienza describiendo su vida rutinaria, que quiero decir con esto que el empieza hablando de su esposa, de todo lo que el hace en el dìa, y tambien no dice que tiene animales, el tiene un gato negro, este gato muero por el hombre de una manera brutal, porque muere hecho pedazitos y sin ojos, en fin fue una masacre, este señor estaba loco, ya que mata a su mejor despues de matar al gato y la mujer la pone en la chimenea, el gato por un extraño poder se venga, y a la casa del señor llegan policias y ya casi se iban a retirar de la casa cuando iban saliendo de la chimenea cae una gota de sangre cuagulada, los policias se dirigen y ve que era la mujer del hombre. El señor fue prisionero y el gato negro pudo vengarse.

Anónimo dijo...

Roberto Martínez Pinto
La historia es mu buena, Edgar Poe simpre fue muy melancolico par escribir sus historias, aparte de ser un hombre muy detallado, detalla cada cosa en sus historia con diferentes sentimientos, eso lo hizo un gran escritor.

Anónimo dijo...

Octavio Efraín Cancino Coutiño
A01170379

Esta es una buena lectua,es de terror, trata sobre que el personaje princial al principio tiene buenos sentimientos para con los animales, pero ourre algo en su vida, que hace que cambien sus sentimientos, y termina por matar a su gato y a su esposa.

Pedro Ricardo dijo...

Esta lectura es muy interesante, ya que nos muestra como alguien puede cambiar el amor, por odio,que con el tiempo amar lo irrita, ademas que nos muestra los efectos del alcoholismo, como nuestra locura nos vuelve irracionales y tontos, que nos transforma a nuestra version mas malvada y vil. Como por culpa de un gato,nos convertimos en asesinos. Este texto tiene terror y suspenso, caracteristicos de Edgar Allan Poe.

Anónimo dijo...

octavio grajales 01170393
pues que dire de esta lectura, pues esta muy padre, que se podia esperar de edgar poe, es un escritor maravilloso, como yo se esta lectura es de suspenso, deja mucho de que pensar y de esas cosas, y la justicia divina, que es eso parami... que si alguien te hace algo malo pues no tomemos deciciones por nosostros mismos, sino que un dia se le revertira y le pasara algo0.

Ximena Rothschuh Aguilar dijo...

es formidable, ya que es un poco extaño por que me asuste y senti un poco de suspenso, y se ve el poder del amor por esa razón la persona cambio.

Ximena Rothschuh Aguilar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
juanpablo gtz dijo...

a mi me gusta mucho como son las historias de edgar alan poe, tan profundas y detalladas , me gusto mucho la lectura.

Maximus dijo...

Es una buena lectura, Edgar Allan Poe es excelente en cuanto a las historias de terror y suspenso.
El protagonista estaba loco, le molestaba que el gato le tuviera cariño. Le de deberia dar alegria que su gato lo quiera.
Yo creo que Edgar Allan Poe tenia problemas o estaba medio loco para poder escribir estas cosas.

toño dijo...

esta lectura es muy buena, como todas las de edgar alan poe. te deja siempre pensando en que va a pasar. me gustan muchos las historias de terror, pero las de el mas.

Anónimo dijo...

MArio ANdrés López pérez
1170244
pues para mí es una historia muy buena, me gusto, es uno de mis géneros favoritos el suspenso, u horror me gusto mucho

Laura Ruiz dijo...

En esta historia, el autor cuenta que le gustaban mucho los animales. Le gustaban principalmente porque prefería la ternura de éstos a la falsa amistad del hombre. Cuando se casó, afortunadamente su esposa compartía su gusto por los animales, y compraban toda clase de animales domésticos. Uno de éstos era un gato negro. Su nombre era Plutón, y de todos, era su mascota favorita. Llegó a un punto en el que el autor maltrataba a todos, excepto a su gato, por que siempre estaba de mal humor. Pero un día, hasta a Plutón le afectaba el mal humor de su dueño. Su enfermedad se empezó a afectarle a todos, incluso a su gato, y un día, sin saber porqué le sacó un ojo al gato.... bueno, en coclusión me gusto mucho la lectura ya que hace que queramos seguir leyendo hasta el final porque es de suspenso.

Anónimo dijo...

me gusto mucho la lectura, ya que me llama la atencion lo que tenga que ver con terror y suspenso, aunque aveces los sentimientos expresados pueden ser antivalores.

@(v&3l dijo...

Esta historia es muiy buena ya que tiene una trama interesante en realidad edgar allan poe siempre fue para mi un gran escritor y con unas ideas muy creativas para el tipo de lecturas que escribe o hace en sus libros y tramas que destaca en ellas

Josue dijo...

Esta historia es muy interesante, y contiene un terror acerca de los anti-valores de otras personas.
Contiene drama y suspensos con mucha negatividad y resolucion

cristel dijo...

01170242:
Ya había leído el libro donde se encuentra éste texto en la secundaria, no me gustó mucho el libro porque no me gustan los cuentos de terror, éste en especial, si es verdad que lo quieres acabar de leer porque te "picas", no me gustó lo agresivo que era el sujeto, ni porque hubiera estado ebrio, a nadie se le ocurriría volarle un ojo a su gato, pobresito, si tanto le gustaban los animales ¿porqué en su ebriedad decidió lastimrlo?, el gato tenía derecho a morderlo porque es su instinto, era para defenderse.
Es bestial la manera de comportarse del protagonista.
Y luego eso de que emparedó a su mujer en la pared, y no se dió cuenta que el gato estaba ahí se me hizo muy jalado la verdad.
En lo personal no me gustan mucho los cuentos de Edgar Allan Poe, precisamente porque me dan miedo y no soy de esas personas a las que le gusta el miedo, a mí me gusta leer sobre aventuras, definitivamente no de miedo

Anónimo dijo...

El protagonista era una persona que le gustaban mucho los animales, y tenía mascotas pero había una en especial que era su gato negro; yo no entiendo como de repente empieza a actuar de esa forma tan anormal, por que ni aunque tuviera vicios debía actuar de esa forma. Mató de una forma brutal a su mascota preferida y después a su mujer. En lo personal a mi no me gusto el cuento.

Mar!ana dijo...

Esta lectura en lo personal me gusto mucho, en general todas las de terror y suspenso, y en lo general esta obra es muy buena ,era lo menos que se podria esperar del autor, caracterizado por sus tipos de historias, y como nos va detallando cada cosa que sucede, y como las cosas al final se tienen que pagar en espacial las malas, y eso es la justicia divina.

Mar!ana dijo...

Esta lectura en lo personal me gusto mucho, en general todas las de terror y suspenso, y en lo general esta obra es muy buena ,era lo menos que se podria esperar del autor, caracterizado por sus tipos de historias, y como nos va detallando cada cosa que sucede, y como las cosas al final se tienen que pagar en espacial las malas, y eso es la justicia divina.

Mau dijo...

La lectura me parecio entretenida por que es de suspenso y me gustan las de suspenso y terror, tambien me gusta por que habla de la venganza del gato del señor, que en este cuento es el autor edgar allan poe, la venganz del gato se devio porl que el autor lo hirio y mato sin justificacion

Anónimo dijo...

Pues en este texto el autor toca los puntos de el amor que las personas llegan a tener por los animales, tambien el de la justicia divina ya que todo lo que hagamos lo recibiremos de igual forma.

Guillermo Alfredo Coutiño Zenteno

Emilio dijo...

Muy buena lectura en mi punto de vista. Edgar Allan Poe siempre ha sido un escritor muy melancolico, y siempre ha sido muy detallado a la hora de escribir sus historias. Esta historia es de terror y suspenso, y trata de todos los sentimientos que puede desarrollar el ser humano con otros seres vivos.

Anónimo dijo...

yo creo que es un texto muy agobiante y extraño, porque no puede ser posible que despues de amar tanto a los animales hay sido capaz de matar al suyo.

yulia alejandra flores mtz.
01170232

Luis dijo...

La lectura me gusto mucho, como todos sabemos Poe es un gran escritor, y él en sus textos expresa mucho sus emociones, por eso presumo que el tenía cierto tipo de problemas amorosos ya que en su texto relata lo poco que queria ser amado por su gato el protagonista.

**...dani danÖsa...** dijo...

profeee ya por fin soy feliz despues de todo el relajo que le arme para que pusiera a mi super querido escritor Edgar Allan Poe ademas le digo que murió el 7 de octubre y ese día es mi cumple que por cierto faltan 18 días :D además del de mi querido amiguito Chuyito hablando de la lectura me pareció muy buena además de que es muy interesante y te metes en la lectura hasta a mi me dolió lo que le hizo al pobre gato cuidese mucho nos vemos bye..!

Anónimo dijo...

Pues segun lo que he escuchado los textos de Edgar Allan Poe son asi, de terror y miedo, este no es la excepcion.
El texto habla de un hombre que al principio de la historia le gustaban o amaban a los animales, pero por su adiccion al alcohol empezo a odiar a los animales que alguna vez amo...tambien el texto habla sobre la justicia divina, opino que esto es como el karma si haces cosas buenas recibes cosas buenas, i viceversa.

-->oscar<-- dijo...

Mi opinion acerca de esta lectura es que está muy detallada, como todas las de el autor, y me gusta como el personaje principal nos contando su vida, su esposa, sus animales y como matan a su gato negro.
Me gusto porque es de suspenso y terror.

Rosario dijo...

Esta historia me gusto aunque se me hizo muy cruel como mato al gato, aunque la historia en general esta interesante y tragica.
En esta historia se expresan muchos sentimientos. Aunque no me gustan los animales me dio tristeza como mato al gato.

-->oscar<-- dijo...

Me gusto mucho este texto porque Edgar Allan Poe es un autor reconocido y me gusto el punto de suspenso que el alcanzó en este escrito.

-->oscar<-- dijo...

Soy juan el que escribio lo pasado.

-->oscar<-- dijo...

Me encanto este escrito, soy oscar sarmiento, y poenso que edgar es unmuy buen escritor con ese punto de miedo que tiene en esta lectura.